Jesús se presentó muchas veces después de su resurrección a sus discípulos y a sus seguidores durante cuarenta días, con un mensaje muy claro:
Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. (Hechos 1:4)
¿Cuál era esa promesa?…
Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. (Hechos 1:8)
Jesús les da instrucciones claras a sus discípulos y les ordena que no se vayan de Jerusalén. Con un propósito muy especial necesitaban los apóstoles que el Espíritu Santo les diera el poder, le diera la capacidad física y moral para trabajar con eficacia, los fortalecería para realizar la dura y difícil tarea de ser sus testigos y hablar de los que les había enseñado “El Reino de Dios” (Hechos 1:3).
Hoy estamos capacitados por el Espíritu Santo para realizar esta tarea ser testigos de Jesucristo y hablar del Reino de Dios… ¿lo estamos haciendo?
Los apóstoles aplicaron su propio parecer y lo primero que hicieron fue buscar el reemplazo de Judas… Un tal Matías. Y para llegar a un perfil adecuado humanamente hablando trazaron unos parámetros… que hubiera estado todo el tiempo con los apóstoles y con Jesús, identificado públicamente por el bautismo de Juan y que fuera testigo de las resurrección y de Su ascensión. (Hechos 1: 21-26)
Humanamente hablando los apóstoles estaban en lo correcto, pero esa no fue la tarea que les encomendó Jesucristo, ellos debían esperar que llegara sobre ellos el poder de Espíritu Santo y no lo hicieron y esta decisión de hacer esta tarea fue ciento por ciento una decisión humana, (el poder del Espíritu Santo les llega más adelante en el día de pentecostés) tanto que les resultan dos candidatos con las características establecidas y surge un problema y hacen la fácil, tiran la suertes, es decir le pasan el problema a Dios después que la decisión había sido de ellos de buscar el reemplazo de Judas y no de Dios.
En nuestra vida muchas veces hacemos exactamente lo mismo, tomamos una decisión ciento por ciento humana y cuando estamos en dificultades entonces ahí si consultamos a Dios, esperamos que Él nos solucione el problema y creemos haber obtenido la respuesta correcta de parte de Dios (la suertes). Y seguimos nuestros caminar cristiano como si nada… pero más adelante aparece la verdadera respuesta de Dios y nos puede parecer absurda ya que a quien Dios levanto como apóstol fue la persona menos indicada humanamente hablando… Saulo de Tarso quien más tarde llamo Pablo y los apóstoles no lo podían aceptar y no solo eso, quien capacita a este hombre es un discípulo Ananías. ¿Por qué Ananías, un discípulo y no un apóstol?
Muchas veces pensamos que por el hecho de haber estudiado, capacitado y adquirido una información tenemos más autoridad que Dios. De haber escogido Dios a un apóstol, lo más seguro este hubiera objetado y racionalizado y desobedecido y no realizaría la tarea encomendada de capacitar a Saulo de Tarso. A nosotros nos puede pasar lo mismo, ya sabemos cuál es nuestra tarea, ya sabemos que es lo que tenemos que hacer estamos capacitados y formados pero estamos enfocados en otras cosas que no nos han mandado a hacer y no estamos realizando la tarea que Dios nos encomendó
Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. (Hechos 1:8)
Querido hermano (En Cristo) busquemos primeramente el Reino de Dios y Su justicia lo demás llegara por añadidura, disfrute lo que tiene actualmente, es un don, es un talento dado por Dios para que lo ponga Su servicio, deje de mirar lo que está haciendo falta (humanamente hablando) y cumpla con la tarea básica dada por Jesús:
Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén. Mateo 28:18-20.