Poniendo nuestro amor en Dios.

“La fe implica que abandonemos todo a Dios y obedezcamos Su Palabra, sean cuales sean las circunstancias o las consecuencias. El amor y la fe van a la par. Cuando amamos a alguien, confiamos en él.” – Warren Wiersbe.

Vivimos en una época en que la gente inventa sus propias verdades y pretende con ellas atraer a otros, llevándolos con sus argumentos a desconocer la verdad de la Palabra de Dios, ofreciéndoles autosuficiencia, el dominio sobre los demás, conocimiento secreto y oculto que solo es accesible a quienes les siguen.

Tanta filosofía hueca como la llamó el apóstol Pablo nunca los llevará al conocimiento de la Verdad verdadera que es en la persona del Señor Jesucristo y por el contrario se hundirán en las profundidades del infierno en el cual estarán por toda la eternidad.

A través de la Palabra, encontramos situaciones que nos alientan a depender de Dios, como el Único y suficiente para todo lo que enfrentamos… El recordar sucesos como la travesía del pueblo de Israel durante cuarenta años por el desierto, porque su rebeldía les impedía obedecer y creer que las promesas dadas por El, las cumpliría, nos insta a someternos a Su voluntad que es buena, agradable y perfecta, porque Dios no ha cambiado, Él es el mismo, ayer, hoy y por los siglos.

¿Cuántas veces hemos sido objeto de burlas por seguir a Cristo? Muchos nos dicen que somos aburridos porque ya no hacemos lo que ellos hacen y que antes nosotros también lo hacíamos.

Ahora procuramos vivir conforme a lo que la Palabra de Dios dice y aunque les hemos compartido del tremendo cambio que ha ocurrido en nuestras vidas y lo que estamos experimentando, se apartan de nosotros y prefieren seguir en sus caminos de error. ¿Le ha tocado vivir esto? Le digo que no es única persona, pero seguramente como muchos de los hermanos creyentes, tenemos que reconocer que ha valido la pena seguir a Cristo y saber que tenemos el privilegio de ser llamados hijos de Dios.

En la porción del Salmo 91:14, el Señor nos recuerda lo que va a hacer con quienes le siguen y le creen, porque Él no es hombre para mentir ni hijo de hombre para arrepentirse, tal como dice Núm. 23:19. Sus promesas son en él Si y en él Amén, dice 2 Cor. 1:20.-  Por eso, el hecho de usted y yo amarlo, es ya una bendición para nosotros.

Moisés en Deuter. 6:5 nos dice: “Amarás a Jehová Dios de todo tu corazón y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas”. –  Este amor a Dios no puede ser fingido, El conoce nuestro corazón, por eso la promesa es que nos librará de todo aquello que quiera robarnos la paz y que quiera obstaculizar nuestro crecimiento espiritual.

¿Qué es para nosotros poner nuestro amor en el Señor?

Primeramente, es reconocer que somos sus hijos, tal como dice Juan 1:12: Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios.

En segundo lugar, es reconocer que el borra nuestros pecados y nunca más se acordará de ellos. Isaías 43:25: Yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados”.

En tercer lugar, es  reconocer que fuimos comprados a precio de sangre preciosa. 1Ped. 1:18-19: sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.

Y en cuarto lugar, es reconocer que tenemos vida eterna por creer en su Hijo Unigénito. Juan 3:16: Porque de tal manera, amó Dios al mundo que ha dado a Su Hijo Unigénito para que todo aquél que en El cree no se pierda, más tenga vida eterna.

Que privilegio para usted y para mí, saber que sólo por Su gracia nos ha permitido conocerle a través de Su Palabra, poniendo nuestro entendimiento y nuestras vidas a Su servicio glorificándole, exaltándole, con la confianza que El hará, todo lo que sea necesario, porque no nos dejará ni nos desamparará. Usted y yo estamos en sus pensamientos. En Isaías 49:15 dice que aunque nuestra madre nos olvide, Él nunca se olvidará de nosotros.

Que decidamos, cada día en agradecimiento postrarnos ante El con reverencia atendiendo lo que dice Fil. 2:10-11: Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre.

La indiferencia de la gente no puede ser excusa para no predicarles de Cristo. Estamos llamados a completar la encomienda dada por el Señor Jesucristo, de llevar el mensaje de salvación a toda criatura. 

La promesa de Dios para este año, en el Salmo 91 se hace realidad en todos y cada uno de nosotros, en nuestros hogares, en el lugar de trabajo etc. Lo único que se necesita es que usted y yo le obedezcamos a Él y le creamos, porque como dice la promesa del versículo 14, Él se glorificará: «Por cuanto en mi ha puesto su amor, yo también lo libraré; le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre».