Los creyentes estamos siempre muy pendientes que nuestro comportamiento sea un buen testimonio de nuestra vida cristiana, y en ocasiones perdemos de vista que para lograrlo debemos cuidar nuestro corazón, Mateo 15: 8 más lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre».
El corazón nos puede traicionar sino lo protegemos; es necesario que pidamos con fe y humildad a nuestro Padre celestial que purifique y controle nuestros sentimientos, para lograr coherencia entre lo que pienso, siento y hago. Efesios 4 «…22 En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, 23 y renovaos en el espíritu de vuestra mente,…». Es nuestro desafío personal, mantenernos en la promesa de que tenemos una nueva vida en Cristo, y para ello cuidémonos de estas amenazas:
1. La Culpa: Nace cuando somos conscientes que hemos obrado de manera incorrecta; nos ata a la opresión y nos hace creer «Tengo una deuda que pagar». 1 de Juan 1:9 nos dice: «si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos perdonará y nos limpiará de toda maldad» la confesión y el arrepentimiento genuino tiene el poder de romper toda condenación de pecado y esto implica también tener el valor de pedir perdón a quienes hemos lastimado.
2. La Mentira: Acomoda, oculta, transforma la información a nuestra conveniencia, la mentira nos hace esclavos y amarra cadenas interminables de falsedad hasta que destruye. Cuando decimos mentira no tenemos el respaldo de Dios, sino que abrimos la puerta al enemigo para entrar, robar, destruir y matar. En cambio, cuando hablamos la verdad vivimos bajo la protección y el respaldo de nuestro Padre celestial, la verdad nos hace libres en Cristo Jesús, la mentira destruye, pero la verdad edifica.
3. La Ira-el Enojo: Nos enojamos cuando no obtenemos lo que deseamos, nos han quitado algo, o alguien está en deuda. Quien se ha dejado dominar por la ira, conoce la agresividad verbal y hasta física. Probablemente hemos sido víctimas, pero lo que sucedió no se puede cambiar. No esperemos que el deudor venga a pagar por los daños causados, porque seremos nosotros quien sufrimos las consecuencias al vivir en amargura, pero si perdonamos somos libres.
4. La Codicia: Surge cuando sentimos que merecemos más de lo que tenemos, más riquezas, más bienes, más reconocimiento, más y más. Es sutil, se camufla entre las promesas de prosperidad de Dios y nos desvía de la verdad del creyente. Y aunque Dios no desea que vivamos en pobreza; nuestra verdadera riqueza, es la seguridad de una relación íntima con Dios. La posesión de bienes y riquezas materiales, bajo el entendido espiritual demanda generosidad; dar a quienes necesitan, compartir, entregar mi diezmo, es la fórmula divina para romper todo indicio de codicia en nuestras vidas.
5. La Envidia: Son celos que se alimentan del deseo de tener lo que otros tienen. En nuestra vida cristiana también podríamos experimentar estos celos con Dios al percibir que Él ha otorgado bienes a otras personas y a nosotros no; e incluso pensar que otros no lo merecen y nosotros sí.
Así que, si entregamos confiados nuestros proyectos y más íntimos anhelos a Dios, El, que sabe lo que es mejor para nosotros obrará. Dice Filipenses 4: 19 Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.