Creo que a nadie le gusta enfrentar los problemas. Al tener una dificultad se siente impotente, desorientado, atascado o frustrado. Lo peor es que cada problema tiene sus tamaños y dimensiones; como algunos que parecen ser grandes y que no puedes pasarles por encima. Otros que son tan anchos y que no puedes darles la vuelta y también están aquellos que son profundos y que no se pueden cavar por debajo de ellos. Así son los problemas que debemos enfrentar en nuestra vida. Los problemas son los que nos obliga hacer un ¡PARE! para buscar una pronta solución.
Pero ¿Qué pasaría si no existieran los problemas en nuestras vidas? Nuestra sociedad nunca hubiera evolucionado, seguiríamos viviendo en cavernas, donde no tendríamos energía en la noche, fuego para calentar los alimentos, ni transporte y aún más sin tecnología para poder comunicarse con el otro. Sin los problemas no existirían los milagros o la creación de muchas cosas que hoy día disfrutamos tenerla.
Los problemas no son motivo para rechazar o tener miedo, nos enseña que desafiante se puede llegar a ser, nos motiva, nos hacen ser creativos, nos permite generar progreso, nos enseña que hay que aprender de la lección y no volver a equivocarse, nos permite enseñarles a otros de no cometer los mismos errores y ayudarles. Nos recuerda que no somos suficientes y que necesitamos de Dios y de los demás. Nos advierten sobre desastres potenciales, que están en todas partes y que ninguna persona está excluida de ellos. Los problemas son bendiciones puesto que nos abren puertas por las que por lo general no hubiéramos pasado. Sin ellos no inventamos nada y construimos poco. Sólo cuando tenemos una dificultad emocional, financiera, física o espiritual es donde tomamos la decisión de salir de ellos y mejorar nuestra situación.
En realidad los problemas de la vida son los obstáculos que pueden desarrollar los músculos del alma y el entrenador en todos esos ejercicios es el Señor, quién nunca nos dejará ni nos desamparará hasta que vea terminado su propósito en nosotros.
«Jehová te oiga en el día de conflicto;
El nombre del Dios de Jacob te defienda.
Te envíe ayuda desde el santuario,
Y desde Sion te sostenga». Salmo 20: 1-2